6.- La administración
de las propias emociones
Las experiencias personales de todos nosotros nos
confirman que, para alcanzar y para conservar el bienestar, es necesario, no sólo pensar bien sino
también sentir bien y actuar bien. Hemos de reconocer, sin embargo, que nacemos
sin saber los métodos adecuados y que, con frecuencia, nos equivocamos al
aplicar unas fórmulas que, a primera vista, juzgamos acertadas pero que, en la
práctica, nos llevan al fracaso. Por eso, a lo largo de toda la vida, hemos de hacer diferentes
pruebas con el fin de encontrar las ideas y las emociones que, hábilmente
conjugados, nos orienten hacia ese conocimiento personal del bienestar posible.
Hasta hace poco tiempo, aplicábamos la palabra “inteligencia” para referirnos sólo
a las operaciones del conocimiento como, por ejemplo, los ejercicios de la
memoria, de la argumentación, del análisis o de la síntesis, esas tareas que
nos servían para plantear y para resolver problemas científicos o filosóficos.
En la actualidad, sin embargo, los psicólogos y los neurólogos reconocen la
importancia “intelectual” de las operaciones
no cognitivas como, por ejemplo, la “inteligencia social”, ese conjunto de habilidades que nos ayudan
a conectar, a dialogar, a comprender y a colaborar con otras personas, o la “inteligencia
emocional”, esa serie de destrezas que nos permiten interpretar y expresar, de
manera equilibrada, nuestras propias emociones
y entender los sentimientos de los demás.
Podemos afirmar que la persona es inteligente cuando,
manteniendo un equilibrio entre esos dos grandes sectores del cerebro -el cognitivo
y el emocional-, es capaz de entenderse
a sí mismo, de convivir en paz con sus convecinos y de encontrar su lugar en el
mundo y en el tiempo en el que vive. Para lograr esa meta, sea cual sea nuestra
edad, tenemos que seguir aprendiendo a pensar, a sentir, a valorar, a amar y a
tratar las cosas y a las personas. Un procedimiento practico y eficaz es el de
expresar, de manera clara, correcta y desinhibida, nuestros sentimientos de
respeto, de amistad y de cariño a nuestros familiares, convecinos, paisanos e,
incluso a nuestros visitantes. ¿Cuántas veces y a cuantas personas –me
pregunto- he repetido hoy con palabras, con gestos o con acciones la expresión “te respeto, te admiro o te quiero”?
José Antonio Hernández Guerrero
No hay comentarios:
Publicar un comentario