Aborrezco tus visitas, y extiendo en torno a mí,
densos diques de alturas insalvables.
Revoloteas en mi cuerpo, para clavar,
tu dardo envenenado, carente de honores.
Aspiras mi aliento, en sigilosos momentos,
de tedio, y desgana, pues… vienes, y vas.
Me hiela el alma tu furia,
y me apuro con,
presteza, para no anegarme en ti.
En espanto exaltado, huyo al instante,
murmurando con firmeza,
No vivas más en mi fragilidad, aborrecible,
nefasta, y odiosa ansiedad.
El rayo que portó tu antorcha, apagó su luz.
Y el cálido cielo, anidó de nuevo en mí,
sin falsos precipicios.
María Dolores Álvarez Crespo
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