(Imagen:http://www.eldiario.es/desalambre/concertinas-valla-Hungria-refugiados-Spain_0_431507330.html)
De nada te sirve
contemplar las zarzas rojas de otoño, recordando la sin color de su carne,
rasgada en las cuchillas que cercaron su camino.
De nada sirve retener en
ti la lástima súbita por aquella zapatilla caída junto al raíl del tren.
Desatada y vacía de calor humano, su presencia insignificante entre la multitud
de pasos desarraigados, abre tus ojos ante la inmensa soledad del hombre.
Tú sabes bien que cuando
son las energías del alma las que impulsan a las fuerzas del cuerpo, se
ensancha la conciencia del que corre. Con sus ojos fijos en la mezcolanza del
aire con el cielo, mira al mundo traspasado de libertad sin distinguir sus
fronteras.
Mas bien marca con tu dedo
índice la raya blanca de tu alba sobre el suelo y muestra a todos que más allá
de la libertad humana el verdadero fin de todo ser humano es correr su destino.
Corren siguiendo el
levantarse del sol, corren en bandadas hacia los cielos de la tarde. Echados
sobre los campos, buscan en la noche el retorno rojizo de la estrella de Orión.
Vienen en avalanchas,
llegan en oleadas. Unos junto a los otros, hacen muchos; los hijos agarrados a
sus padres, cuentan cientos; los débiles apoyados en los fuertes, suman miles.
Sólo unos cuantos corren con zancadas certeras hacia el encuentro de la familia
o de algún amigo. Los demás siguen corriendo con los ojos ciegos en lo abierto,
pasan junto a los pueblos y no reparan en el silencio de las móviles campanas. ¡A ellos nadie les
espera!
Sueñan en su vigilia con
hogar y trabajo, mas tú intuyes en las muecas de sus caras, que es el miedo en
su duelo con la muerte el que fluye por el magma hirviente de sus piernas.
Si pudieras rozar con tu
cara sus rostros anónimos, ¡si quiera preguntarles tú su nombre!, sabes que
cesarían en su estampida. Y tú también podrías ofrecerles agua y fruta fresca.
Conseguirías acallar el
miedo delirante de Europa, la eterna raptada, y mostrarías al mundo que escoger
nuestro destino no sólo está en las manos de Dios.
Aurora Romero
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