Está
claro que vivimos divididos entre dos polos: lo bueno y lo malo, lo
bello y lo feo, alegría y tristeza. Esta tendencia del ser humano
nos invita a tener que estar continuamente tomando decisiones que
implican a uno u otro polo: si decidir entre quedarnos en casa o ir
al teatro, entre comer sano o comer insano, entre casarnos o
permanecer solteros; una decisión implica la anulación de la otra.
El mundo en el que vivimos alimenta esta polaridad y nos fomenta el
ser personas escindidas, ocultando los aspectos menos deseables de
nuestra personalidad - y que también son nuestros-; de esta forma
iniciamos una carrera frenética por ser cada vez más guapos, estar
más sanos y ser más listos e inteligentes que nadie. Lo que no nos
dicen, a priori, es el alto precio que tenemos que pagar por ello: no
sólo ser medias personas sino que construimos una falsa identidad
que nada tiene que ver con nuestra verdadera naturaleza y nuestro
auténtico ser. La consecuencia es que experimentamos en lo más
profundo de nuestra alma un inmenso malestar, al que nos sabemos ni
podemos ponerle nombre, pero que, rápidamente buscamos en la
ciencia -también polarizada- remedio para etiquetarlo, combatirlo y
volver a estar perfectos. De esta forma nos vamos transformando en
una especie de “zombies” que buscamos algo que nos dé un poco de
vida: fármacos, alcohol, dinero, sexo; todos ellos parches que lo
único que hacen es escindirnos más y empobrecernos como personas.
Todo
esto lo observamos incluso en el panorama político actual: la
división entre derechas, izquierdas, independentismo o no
independentismo. Estas divisiones impiden que los políticos puedan
llegar a acuerdos que permitan mejorar la sociedad.
Es importante que
empecemos a darnos cuenta que para construir una sana identidad y una
sociedad más integra no tenemos más remedio que asumir, aceptar y
hasta querer los aspectos menos deseables de nosotros: nuestros
celos, envidias, rencores, tristezas, hay que sacarlos,
desempolvarlos y aceptarlos. Sólo de esta forma podemos llegar a ser
personas completas, viviendo más centradas y no en uno u otro polo.
Si aceptamos nuestras miserias seremos más humildes, solidarios y
comprensivos antes las conductas de los demás. Sólo tenemos que
leer textos sagrados y enseñanzas de todas las religiones para
darnos cuenta de que lo que nos intentan enseñar es precisamente
buscar nuestra UNIDAD.
Mercedes Díaz Rodríguez
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