Nos
deja perplejos la popularidad que tienen los tobillos desde este verano.
Parecía que como tendencia se olvidarían al taparse por el frío. Pero no,
siguen al aire como si fueran inmunes a las bajas temperaturas. Es una parte
del cuerpo muy agraciada y muy vista en la que poco se había reparado hasta
ahora -exceptuando el período en que la falda se fue acortando tras la guerra
civil- realzándola al limitarla por arriba con la vuelta del pantalón pitillo y
por abajo con las zapatillas deportivas.
Los
tobillos aparecen como por una rendija en la que se interpreta una lectura más
cercana a la distracción y la prisa al vestirse. Todo lo contrario, esta franja
de piel que queda a la vista está cuidadosamente estudiada, como cuando fueron
cubiertas por calcetines de colores en los tiempos del rock&roll y que más
tarde Audrey Hepburn decidió que fueran blancos al bailar vestida como Juliette
Greco en la taberna francesa junto a dos discípulos de Emile Flostre, líder de
la filosofía del “enfaticalismo” en la película Una cara con ángel. No se le
vieron los tobillos, pero se les adivinaron enloquecidos, forzados, ágiles y
casi perdidas las protuberancias por la coreografía. Una escena inolvidable.
Tras
este recuerdo viene otro en el que resuenan los comentarios de nuestras abuelas
cuando éramos pequeñas. Ellas vivieron la conversión del botín en zapato
abotinado, permitiendo el asomo de los tobillos y la parte baja de las
pantorrillas debidamente cubiertos con la oscura media de espuma. Fue todo un
logro encarar y asumir la modernidad que venía camuflada de comodidad con visos
de transgresión.
Pero
esta superación vino acompañada de conclusiones en las que se adivinaba cierta
añoranza a los tiempos en los que la seducción jugaba con la adivinanza. De ahí
la alusión al asomo del tobillo cuando la falda se levantaba para subir un
escalón o evitar, en un día de lluvia, los pegotes de barro. Decían que ese
momento era especial y deseado por los hombres, que lo preferían en vez de
tanta pierna destapada. Y como el pensamiento es así, encadena de nuevo con la
reacción del supervisor de la Universidad de Argel, que prohibió examinarse a
una estudiante de Derecho por llevar una falda que dejaba parte de sus piernas
al descubierto.
La
reacción no se hizo esperar. Las redes sociales se llenaron de selfies con
tobillos al aire como protesta a esta actitud, tobillos de chicas y de chicos
que no quisieron quedarse atrás, que se sumaron sin dudar a este acto de
solidaridad. Se dice que este puede ser el origen de esta tendencia que hoy por
hoy es lo último en moda masculina. Las féminas, quizás un poco cansadas del
pantalón muestran cierta preferencia por el vestido o el traje de chaqueta y
las zapatillas deportivas con medias o sin ellas, en vez de los tacones. Otra
transgresión que encubre la modernidad camuflada de comodidad sin perder la
estética ni la personalidad.
La
clave está en la descontextualización, es decir, dejar claro que no se llevan
para hacer deporte, sino para lucir pantorrillas -porque la falda se ha
alargado hasta las rodillas- y mostrar los tobillos, la franja de piel
destinada a entenderse durante unos meses como el escote de los pies, según
dicta Vanitiy Fair. Y nada mejor para realzarlo que las deportivas. Encadenamos
con las de Emilio Aragón, Melani Griffin y Carolina de Mónaco en el baile de la
rosa, las primeras, y cerramos apreciando la evolución de su popularidad.
Adelaida Bordés Benítez
Artículo publicado en el andalucianformación.es:
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