Desafíos universitarios
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PARTO del supuesto de
que los profesores de Matemáticas, de Física, de Química, de Ingeniería, de
Economía, de Medicina, de Enfermería, de Derecho, de Historia, de Sociología,
de Filosofía, de Psicología, de Pedagogía, de Ciencias del Mar, de Ciencias de
la Educación, de Ciencias del Trabajo, igual que los de Filología, tenemos como
misión común proporcionar a los alumnos y a la sociedad una claves actualizadas
para interpretar los lenguajes de los objetos y de los episodios, y para
traducirlos de la manera más rigurosa, más clara y lo más persuasiva posible.
Insisto en que la Universidad y la sociedad se necesitan mutuamente para
iluminar y para transformar la realidad haciéndola más confortable y más
humana.
Pero, si aceptamos que
la Universidad ha de servir, hemos de preguntarnos permanentemente ¿qué ha de
servir? ¿cómo ha de servir? y, sobre todo, ¿a quién ha de servir? De esta
manera podremos ajustar la oferta a las necesidades concretas y a las
peticiones, a veces, urgentes de la sociedad. Insisto en que hemos de tener muy
en cuenta que, en la situación actual, la crisis económica no es la única ni la
principal sino que, en gran medida, está generada por la de crisis de valores y
por la crisis de la razón cuyas raíces y consecuencias son políticas, sociales
y éticas, y cuyas soluciones se han de abordar desde planteamientos científicos
y técnicos, humanos y humanitarios. Pero también hemos de advertir que la vida
no se para sino que sigue discurriendo, a pesar de los frenos impuestos por estas
circunstancias adversas.
Los universitarios
hemos de escuchar el latido y la zozobra del sentimiento humano, y hemos de
evitar, en lo posible, el uso de los clichés gastados por la dilapidación pedante
e irreflexiva: hemos de salir de las trincheras de nuestro, a veces, engolado
estilo pseudoacadémico. Los profesores hemos de ayudar a los alumnos para que
recuperen el espacio ilusionante de la utopía. Tenemos el derecho de creer en
el futuro porque tenemos del deber de crear el futuro. Por eso es necesario que
intentemos ver el mundo con los ojos de los alumnos y, en cierta medida, que
nos dejemos invadir por sus esperanzas y por sus temores para sintonizar y para
sincronizar con ellos. Parto de supuesto de que, de igual manera que los
adultos alcanzamos la madurez cuando empezamos a aprender de nuestros hijos,
los profesores llegamos al nivel supremo de maestros, cuando aprendemos de
nuestros alumnos.
José Antonio Hernández Guerrero
(Artículo publicado en Diario de Cádiz, actualizado 29.2.2016)
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