Ayer volví a ver a Redford levantar alegremente el
vuelo y sobrevolar el paisaje. Lo imaginé libre, dibujando piruetas y soñando
con volver algún día a aquella granja, al pie de las colinas de Ngong.
Un momento después, con sólo mirarla, me estremeció
la ternura, la delicada comprensión con la que Meryl Strepp escudriñaba el
cielo, despidiéndose de él con voz queda.
“No te preocupes, mensahib”, le dije emulando al
criado somalí, en una lengua que probablemente no entendió. La culpa ha sido
mía por no interpretar los augurios. Nunca debí llamar así a dos jilgueros.
M. Carmen Orcero Domínguez
1 comentario:
... y con esa mirada de Meryl Strepp, que parece juguetear entre el ardor y la melancolía y que consigue ser las dos cosas al mismo tiempo.
Siempre me quedaré con ella.
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