Acabo de tomar unas muestras de sangre a unos caballos
y le pregunto al ganadero por su padre, al que no veo hace tiempo.
- “Pasa a verlo, está ahí viendo la tele”
El viejo entorna los ojos desde la penumbra, intentando reconocerme al contraluz de la claridad cegadora de la primavera que invade la estancia cuando corro la enorme puerta metálica. Está hundido en una vieja butaca y a pesar del calor que hace tiene un radiador a medio metro, disparándole a quemarropa, mientras él pasa la mañana viendo documentales de caza y pesca. Se le ve minúsculo en un rincón de esa nave tan enorme.
- “Perdona que no me levante, es que no puedo”, me dice haciendo un esfuerzo acercándome la mano.
- “¿Cómo está
usted? Le veo bien” - digo, mintiendo.
- “Sí, sí…”
se ríe… “Lo que ves es una ruina…”
Me ofrece un fino de Chiclana señalándome un barrilito y le sirvo a él un vaso de Carlos III. Hablamos un rato de las cosas del campo, hasta que miro el reloj y le digo que me tengo que marchar. Pero él se ha animado con el brandy, se incorpora pesadamente y me hace una confidencia:
- “Ahí lo
tengo”
Y me coge del brazo llevándome muy despacio a otra
dependencia de la granja. En el fondo de un garaje, casi a oscuras y cubierto
de polvo, telarañas y cagadas de palomas y ratas, hay un gigantesco y oxidado
tractor americano, un oruga de la marca “Caterpillar”.
- “50 años tiene. Y ahora estará sin batería, pero si lo pongo a punto todavía es capaz de arar toda la finca echándole cojones a cualquier repecho. Con esas cadenas, ya ves ¡un tanque!”
- “50 años tiene. Y ahora estará sin batería, pero si lo pongo a punto todavía es capaz de arar toda la finca echándole cojones a cualquier repecho. Con esas cadenas, ya ves ¡un tanque!”
Miramos un rato el tractor en silencio. Él, orgulloso,
como un coleccionista que enseña en un hangar un biplano alemán de la I Guerra
Mundial, más devoto que un creyente arrodillado en la capilla de su santo
predilecto. Lo acaricia manchándose las manos y me cuenta cómo lo compró en los
años 70, ya de tercera o cuarta mano, pagándolo en eternos a plazos que fueron
como cuchilladas, pero sin arrepentirse ni un día.
Su hijo se nos acerca silencioso y sonríe, compasivo.
Su hijo se nos acerca silencioso y sonríe, compasivo.
- "Ya
ves, con los tractores nuevos que tenemos, unos “John Deere” que son unos
fenómenos… y esta chatarra es el único que le gusta".
El monstruo de acero parece observar la escena sin
mucho interés, dormitando en su guarida. Pienso que si tuviera vida seguro que
estaría soñando con una extensa pendiente de un campo en barbecho, listo para
arrastrar con sus pesadas cadenas un buen arado hundido a cualquier profundidad
y diciendo "Yo puedo con eso y con
más”.
La última frase la dijo el viejo en voz alta un segundo
antes de que a mí se me ocurriera.
Agustín Fernández Reyes
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