“Nadie sin juguetes”, reza una de las
consignas que se propagan como el viento en estos días de turrones, sonrisas y
parabienes. Dentro de esta fraternal tregua, también se trabaja para que este
solidario slogan se plasme en una pragmática realidad, obrándose el milagro de
que instituciones, empresarios, medios y sociedad civil pliegan filas en torno
a tan caritativa acción. ¡Qué buenos que somos!
Sin embargo, traspasada la
frontera de este idílico sueño, retornamos a la cotidiana realidad, que tiene
como primer despertar mediático la pesadilla del empinamiento de enero, como si
las legiones de empobrecidos -cada vez más- no tuvieran cuestas en febrero,
marzo, abril…y paremos de contar. Entonces, se olvidan esos niños por los que
tanto nos solidarizamos con un juguete y nos importa un bledo que, ese mismo
muchachito, no tenga un mal bocado que llevarse al desayuno o en la comida. Sólo
quedarán las nobles asociaciones que verdaderamente trabajan por esos
chiquillos.
Pero, avanzando un poco más en la felicidad de ese pequeñito que no
tenía juguete, probablemente nacido en alguna de las muchas zonas de exclusión
gaditana o andaluza, necesitará de una buena formación y educación para poder
sobrevivir en esta selva competitiva en que estamos convirtiendo la vida. Es en
esos momentos cuando más necesitan del apoyo de todos, principalmente de las
instituciones gubernamentales con responsabilidad directa para poder paliar el trascendente
fracaso escolar, precisamente, de esos niños a los que un día tranquilizamos
nuestras conciencias o justificaron sus nefastas gestiones con un regalo de
reyes. Pero, al igual que su nutrición, su crucial formación también les importará
un bledo.
Pedro
Castilla Madriñán
2 comentarios:
Querido Pedro, hoy como entonces también compañero:
Y mientras todo eso que nos cuentas sucede, seguiremos hipnóticos o indolentes el soniquete de noticias enlatadas que nos hablan de bienestares, crecimientos y productos interiores brutos, sin alcanzar bien a comprender que la mayor de las brutalidades reside en la dureza chapada de nuestros corazones incapaces, doblegados y estresados.
Más, no es conveniente olvidar que, la solución a tanta injusticia ha de llegar a través de nosotros, precisamente en el momento de despojarnos de algo tan terrible como cotidiano en nuestras vidas: ese miedo campeador en el páramo de la insolidaridad.
Brindo por ese momento y lucho por él también.
Estimado Pedro: no he podido reprimir la idea de poner unas palabras a tu comentario, porque todos los años me planteo el tema, que nos expones en tu texto, y me indigna tanta hipocresía social. Nos preocupamos por los juguetes , como bien dices tú, “para tranquilizar nuestra conciencia”; cuando los niños tienen la riqueza de la imaginación… y miramos para otro lado cuando se trata de alimentar y educar a esos mismos niños. Mª del Carmen Rodríguez López.
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