El comienzo de un nuevo
año es –puede ser- otra nueva oportunidad para que re-novemos nuestro
propósitos de cambiar, mejorar, crecer y vivir nuestras vidas de una más nueva. Hemos de partir del supuesto de
que, para iniciar el tratamiento que retrasa la vejez y prepara la ancianidad
nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde. Es necesario, por supuesto, que,
además de una férrea voluntad, seamos constantes, pacientes, inteligentes y
habilidosos con el fin de evitar, en lo posible, sucumbir a las redes que,
desde nuestra más tierna infancia, nos arrastran hacia la vejez. Vosotros
-queridos amigos-, igual que yo, conocéis a viejos de catorce, de veinte, de
treinta o de cincuenta años, y, vosotros, igual que yo, habéis tratado con
ancianos que, a pesar de haber cumplido setenta u ochenta años, siguen surcando
el río de la vida sin permitir que los atrape la vejez.
Hemos de estar atentos
para identificar esos síntomas que revelan su aparición y hemos de emplear lo
antes posible la terapia adecuada para atenuar sus perniciosos efectos. Igual
que ocurre con los demás trastornos psicosomáticos, los indicios de la vejez
que advertimos con claridad en los demás solemos justificarlo cuando los padecemos
nosotros.
Si la ancianidad radica
en sentirse a gusto en el tiempo en el que vivimos, en el lugar que habitamos,
con las personas que nos rodean y con los objetos que usamos, la vejez, por el
contrario, aparece cuando experimentamos un incontrolado malestar que nos
impulsa a quejarnos de todo y de todos.
Al viejo le molesta todo
lo que es diferente a los modelos que, de manera rígida, configuró su manera de
pensar, de sentir y de actuar. Si la ancianidad consiste en colaborar generosa
y hábilmente en la construcción de una nueva sociedad, la vejez comienza
cuando, a cualquier edad nos situamos a la orilla de la corriente, cuando
perdemos, no sólo la capacidad para degustar nuevos sabores, sino también
cuando, al disminuir la facultad de asimilar las nuevas sustancias, dejamos de
crecer y de producir frutos. El anciano
se transforma en viejo cuando, de manera voluntaria u obligado por las
circunstancias, se margina de las corrientes imparables de las inevitables
transformaciones de la vida: cuando, por no hacer suficientes ejercicios
mentales y emotivos, las arterias de su cerebro, de su corazón y de sus
entrañas sufren una esclerosis. Y es que, efectivamente, la vejez es una
degeneración es un híbrido de materia y de espíritu, de biología y de
psicología: posee un componente material, físico, neuronal y endocrino, y otro
mental integrado por ideas, por sensaciones, por emociones, por recuerdos y por
temores.
Os deseo -queridos
amigos- que despidáis el año viejo con gratitud y, sobre todo, que iniciéis el
nuevo año dispuestos a renovaros por fuera y por dentro.
José Antonio Hernández
Guerrero
2 comentarios:
Conozco el caso, en que con los años, la persona de quien escribo, muy lejos de que su mente se atrofiase o fuese víctima de una, digamos esclerosis psicológica, lejos de eso, cada día me sorprendía con más vitalidad intelectual, y mayor flexibilidad en sus planteamientos y sus percepciones de la realidad que le tocaba vivir: mi tiempo es éste, solía decir, canturreando coplas de Juanita Reina o de Concha Piquer, por cierto: con buen tino y oído.
Si. Se trataba de mi madre que en paz descansa desde el dos de abril pasado, y que con los años, fue liberándose hasta desaprenderse de todo aquello que un día le supuso un lastre mental y, claro está, murió sabia y en paz.
Dos días antes de su muerte en el hospital, a la pregunta de ¿Cómo está usted Esperanza? ella respondió: estoy muriéndome, brindando una sonrisa a la médica que al acercarse le preguntaba.
Y efectivamente, murió tan joven y presumida como siempre había sido a los largo de su vida de 87 años.
Sr. Doctor, que sepa usted que el sábado a las 10 tengo cita en la peluquería y que no puedo faltar.
Por Dios Esperanza, esa cita es sagrada, tenga usted cuidado que una mujer tan sexi como usted no ha de faltar a esa cita.
Y cumplió con su cita en la peluquería del barrio, y así se fue llegada su hora tres días después: con su pelo arreglado y pintado, su primer bisnieto entre sus brazos recién llegado de Italia, y despidiéndose de todos en su plena y radiante juventud.
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