HABLILLA
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Hablilla. Sabina
En estos días, el autor de los versos
más bellos y dueño de una voz tan peculiar como gastada es el centro de las
miradas, no solo por el programa que se emite en televisión, sino por la
pérdida del mes de abril. La canción fue escrita para una película titulada
Sinatra, donde participamos de un Alfredo Landa totalmente desprendido del
tópico que tanto le dio. Merece la pena pasar esa hora larga contemplando cómo borda
un personaje gris a un salto del abismo, arropado por Queta Claver, Manuel
Alexandre y Luis Ciges. Por el fondo vuelan los versos impecables de Sabina,
sencillos y rotundos, con la música de Pancho Varona, un binomio que ha
trabajado a menudo. No cabe duda de que su proyección hace unas semanas ha
facilitado la motivación que ha quedado recogida en las redes sociales con párrafos
expresados desde la lírica clásica al tuit más desenfadado.
Es cierto, ese Sabina con frac,
sombrero de copa y un puro enorme bajo un bigote pintado, un maestro de cabaret
a lo Groucho Marx ha sido el bendito culpable de esta coincidencia, proclividad
o recurrencia, si se quiere, a elegir este referente para dejarse llevar por el
verso que le dio otro nombre a la melancolía, un verso sobre el que gira una
canción triste, real y emocionante, un verso evocador de lo que perdimos o se
nos fue por el mero hecho de cumplir años, por tomar una decisión apresurada o
acabar destrozado tras una relación. Es lo que trasluce en una primera lectura
y una vez que se ha oído como fondo en la película no puede separarse de ella,
del drama personal del protagonista, de la pensión en que vive, del cubalibre a
las cinco de la mañana y de la escena final, con Queta Claver sentada tras la
recepción, consolando a Sinatra, Alfredo Landa, que llora en silencio abrazado
a sus piernas. Inolvidable.
Ahora se ha hecho realidad, porque las
circunstancias no solo nos han robado el mes de abril, sino la primavera.
Quizás por eso llueve a ratos después de la marcha de nuestro viento más loco, recordándonos
sus temporales desajustados, los aguajes, la luna llena, el desorden de una
estación que la hace temible y amada. Quizás por eso las mañanas se nublan, se
enfrían y cuando se les pasa el enfado, la luz hace brillar el atardecer. Abril
no está en el almanaque del hombre del traje gris de la canción. En el nuestro
es una serie de números sin tachar. El año próximo lo abrazaremos tarareando en
silencio su banda sonora.
Ánimo, que va quedando menos.
Adelaida Bordés
Benítez, 8 de junio de 2020
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