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LA
EXPRESIVIDAD FÓNICA
En nuestras
conversaciones anteriores sobre el lenguaje literario -queridas amigas,
queridos amigos- nos hemos referido al papel decisivo que desempeñan los
destinatarios -los posibles lectores- en el proceso de elaboración de los textos.
Hemos hablado sobre el valor de los referentes –de los asuntos, de los temas-
de las composiciones. También hemos proporcionado algunas ideas sobre los
diferentes significados de las palabras empleadas en nuestros escritos. En esta
ocasión me refiero a la relevancia de los “significantes”, a la función de los
sonidos.
En la lengua funcional -coloquial,
administrativa, jurídica…- el material fónico -los sonidos- carece o posee
escaso valor porque todos los elementos lingüísticos están al servicio de la
eficacia comunicativa. Seleccionamos las palabras atendiendo a sus significados
y no a sus características sonoras.
En la lengua literaria,
por el contrario los sonidos adquieren singular relevancia. Una vocal, una
consonante, una variación tonal, etc. pueden estar dotados de calidad
expresiva. Dámaso Alonso, por ejemplo, defiende que “en poesía hay siempre una
vinculación motivada entre el significante y significado”.
¿Dónde está -nos
preguntamos nosotros- la clave del valor expresivo de los sonidos? Podemos
contestar diciendo que depende de su fuerza sugeridora y connotativa. El sonido
-agudo o grave- despierta en los lectores reacciones sensoriales múltiples y
respuestas sentimentales diferentes.
Reacciones
sensoriales: la capacidad sinestésica de la fantasía
humana hace que un determinado sonido provoque no sólo sensaciones auditivas
sino también visuales, táctiles, olfativas, etc.
Respuestas
sentimentales: Los sonidos -igual que los otros
estímulos sensoriales- están asociados a determinados estados de ánimo. El
ritmo poético pone en acto esta capacidad sugeridora de emociones
experimentadas anteriormente.
El
ritmo poético
De todos los elementos y
recursos literarios pertenecientes al nivel de acústico, el más importante es
el ritmo.
El ritmo es un fenómeno
cósmico, físico, biológico y psíquico que alcanza una dimensión cultural a
través de un dilatado proceso. Adquirimos conciencia de la importancia del
ritmo exterior y del interior a partir de las diferentes experiencias que
vivimos.
Esta inmersión en el
ritmo hace que experimentemos sensaciones placenteras o dolorosas, y que lo
utilicemos como medio de creación de belleza.
La expresividad del ritmo
de los sonidos podemos lograrlo aplicando dos fórmulas: la repetición y el
contrate.
Reciben diferentes
denominaciones dependiendo de las unidades a las que nos refiramos: fonemas,
sílabas, lexías o grupos de lexías, etc.
El ritmo cumple, además,
otras funciones poemáticas como, por ejemplo, poner al lector en actitud de
escuchar un lenguaje imaginario y paralizar la facultad racional propia de la
vida práctica.
Tras esta breve reflexión
teórica podemos releer y hacer ejercicios prácticos con las elementales
nociones contenidas en el capítulo uno del cuaderno titulado Vivir
las palabras.
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