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Para qué escribimos
Por José Antonio Hernández Guerrero
Como afirmé la semana
pasada, escribimos para conocernos a nosotros mismos, para identificar el
sentido de nuestras palabras y de nuestros silencios, para sentir el pulso de
nuestras vivencias personales. La escritura, efectivamente, es un espejo en el
que se proyecta la imagen de nuestra intimidad. Pero, si además pretendemos
ofrecerla como regalo literario, como amable invitación para que los
destinatarios -nuestros lectores explícitos- disfruten compartiendo nuestras
vidas, es imprescindible que, tras controlar nuestros primeros impulsos,
modulemos los gritos, eliminemos los ruidos, disipemos las nieblas y
equilibremos las tensiones de nuestras reacciones espontáneas.
Si logramos administrar
nuestros afanes, nuestra escritura será una propuesta de convivencia y una
llamada a la complicidad o, en palabras más técnicas, una amable invitación a la
comunicación generadora de una nueva vida. La escritura literaria es una oferta
y una petición para compartir ciertos ámbitos de la intimidad, esos reductos en
los que guardamos nuestras sensaciones y nuestras emociones, sí, nuestra vida
interior. Por eso exige que cultivemos el silencio externo y aquel sosiego que
se produce en la profundidad del alma como ambiente imprescindible para
escuchar nuestra voz y los ecos que despierta en los lectores. Esos momentos
que dedicamos al silencio en nuestras reuniones tenemos que cultivarlo también
en nuestros hogares o en nuestros paseos solitarios al borde del mar o incluso
durante nuestros recorridos en medio del bullicio. Porque, efectivamente, sólo
en ese silencio podremos ejercitarnos para escuchar las voces de la soledad
creativa.
Para conseguir que
nuestra escritura tenga el poder de hacer que un instante sea inolvidable e,
incluso, digno de una nostalgia agradable, es necesario que las emociones
suenen melódicamente al ritmo de las palabras. Por eso me permito sugeriros
que, durante el proceso de escritura, leáis en voz alta una y otra vez vuestros
textos y escuchéis con atención y solicitud el tono y el timbre de vuestra
propia voz.
Es imprescindible que
cultivemos la mirada del fotógrafo y que nos situemos en la perspectiva desde
la que descubrimos ese instante humano peculiar digno de permanecer en la
memoria.
El escritor es también un
dibujante y un pintor dotado de destrezas para identificar los perfiles
individuales que caracterizan a cada uno de los personajes, para dibujar el
alma que las expresiones transparentan. Como tantas veces hemos repetido, “la
cara no es el espejo, es… el alma”, por eso -querida amiga, querido amigo- mira
atentamente las expresiones y los gestos de las personas a las que tratas.
El escritor es, no lo
olvides, un observador atento de las expresiones y de los gestos humanos, es un
intérprete de los mensajes que transmiten las personas con las que convive. Su
arte consiste en identificar los significados de un simple gesto.
Efectivamente, un movimiento del brazo, de la mano o de los dedos puede
convertirse en una obra de arte cargada de múltiples propuestas de vida.
Propuesta
Crear una galería de
retratos de personas queridas -próximas o lejanas- que nos transmiten modelos
peculiares de vida humana.
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