Ayudar a recuperar la vida
Lucía
caminaba por la calle con un andar resuelto y seguro, que le hacían resonar sus
tacones de tal forma, que ensordecían el paso del resto de los viandantes que
pasaban por allí.
A medida que se acercaba a su lugar de
destino, fue aminorando el paso y su seguridad al pisar también fue declinando,
pues iba pensando en todo lo que podría conllevarle lo que iba hacer. Ella se
conocía muy bien y sabía que era incapaz de no implicarse en todo lo
relacionado con el bienestar de los demás, le habían dicho que en el nº 7 de la
calle San Juan había un hombre enfermo y Lucía iba por si necesitaba algo.
Se detuvo delante de la puerta y…..
antes dellamar contempló el portón de entrada, lo observó lentamente, dándose
cuenta de que los cerca de doscientos años que debía tener la casa, habían
hecho mella enél, dejándolo inútil para el uso que fue concebido. Las capas de
pinturas sucesivas que había recibido para mejorar su aspecto, estaban
levantadas, rugosas y ásperas, semejándose a las cortezas que en su tiempo
debió tener el árbol con que fue realizado, antes de ser sesgado y utilizado
para otros menesteres que no fuera vivir. En la actualidad su deterioro era
tal, que por algunos resquicios se podía ver la desnudez de su madera natural, confiriéndole
estos detalles un aspecto de abandono total a la puerta.
Esto hizo que Lucía sintiera un escalofrío
al darse cuenta del habitáculo donde iba a entrar y por un momento dudó y se
detuvo pensando en la “enjundia” en que se iba a meter, pero de sobra sabía que
cuando se proponía algo era capaz de eso y mucho más, aunque no se podía negar
a si misma lo sensible que era y como a veces llegaba a imitar la vida de un
caracol durante el invierno dentro de su concha y se llevaba algunos días sin
salir, pues le comía la tristeza y no quería, cuando esto le ocurría , que
nadie la viera. Así que dispuesta, dio un par de golpes con sus nudillos en la
puerta, pues el aldabón para llamar hacía tiempo que había desaparecido, esperó
que alguien le respondiera,……
esperó….unos segundos más y por fin se abrió el portón y apareció un
hombre de aspecto desaliñado, tez cetrina y mirada perdida que se presentó
diciendo soy Andrés. Lucía sintió caer encima de ella una mirada hiriente,
cargada de desconfianza que al igual que una flecha impulsada certeramente da
en la diana, la mirada de Andrés llegó a Lucía hasta el mismo lugar donde surge
la emoción.
A pesar de que Andrés pensaba que no
volvería más como le dijo con posterioridad, esta vez se equivocaba, pues al
día siguiente Lucia cogió su carrito de la compra con una manta en el interior,
una bata y ropa de calle, iba dispuesta a dejar la casa sin ese horrible olor
que de ella emanaba. En esta ocasión nadie acudió a la llamada de la puerta y
observó que estaba abierta por lo que empujó y entró. En el colchón que había
en el suelo se suponía que alguien dormía tapado hasta la cabeza, por lo que
Lucia dedujo que era Andrés que no se encontraba bien. Dejó todo lo que había
traído limpio encima del respaldar de un sofá, pues los asientos de éste,
estaban en el suelo o más bien no tenía pues solo quedaba el armazón. Limpió la
casa, aunque cuanto más barría más arena caía de las paredes realizadas con
piedra ostionera. Cuando hubo terminado, cogió una de las mantas que olía a
rayos y la metió en su carrito, se despidió de Andrés y como respuesta, Lucia
solo atisbó a escuchar un ruido que no pudo descifrar.
Esta rutina la estuvo realizando
durante tres días y la cuarta jornada cuando iba para casa de Andrés, ella
sintió que una punzada de angustia le golpeaba el diafragma, y se dio cuenta de
que la situación le estaba afectando, pero…..ese día no fue igual que los
demás, la puerta estaba cerrada y cuando llamó escuchó -¡Ya voy!- Lucía no
sabía que pensar cuando vio a Andrés aseado, limpio y con una mirada totalmente
diferente a la que vio en él el primer día. Se quedó sin palabras, pero no le
hicieron falta porque entonces Andrés le dijo -¡Con todo lo que estás haciendo
por mí, ya es hora de que también yo haga algo!- y los dos juntos se pusieron a
terminar de arreglar y quitar la arena que se acumulaba en la casa.
Poco a poco Andrés fue cogiendo
confianza con Lucía y le contaba retazos de su vida. Le comentó que era
alcohólico, pero lleva meses sin beber. También le dijo que no sabía leer ni
escribir, y que había tenido una infancia muy dura, haciendo énfasis en que la
forma de vivir que había escogido le había ocasionado “perder la vida”. Lucía
le dijo que con 52 años aun le quedaba la otra mitad de su vida y que a veces
el ser humano no es culpable de la opción de vida que escoge; porque todas las
circunstancias que le rodea, lecondiciona a la hora de tomar decisiones. Lo
importanteAndrés es que te has dado cuenta y que quieres volver a disfrutar –le
comentó ella-.
Lucía había reflexionado en varias
ocasiones, hasta donde las particularidades individuales que nos envuelven
influyen en la toma de decisiones y si es así, pensaba:
-
¿somos realmente libres?
-
¿Qué peso tiene todo lo que habita en
nuestra memoria, cuando nuestra inteligencia ejecutiva realiza un acto
decisorio
-
¿Y las circunstancias, las capacidades,
el currículo oculto o talento, la familia donde nacemos? Lucía creía que
realmente poco escogemos nosotros, jugando el destino una baza importante en
nuestras vidas.
Andrés
había vuelto a recuperar las ganas de vivir, sonríe y cuenta anécdotas de su juventud y de
nuevo pasea por La Caleta como la primera vez que vino hace ya más de 14 años. Ambos
comentan estos cambios tan positivos que se están dando él yLucia, la chica insegura de los primeros
días, ahora piensa en cuanto está aprendiendo con esta experiencia. Se ha dado
perfectamente cuenta de que el trabajo a realizar para insertar a una persona
como Andrés, no solo consiste en procurarle un bien físico y psíquico,
“reinsertar” es devolverle a la vida que había perdido y por ende a los años
que en su cabeza habían quedado en blanco de recuerdos. Lo cual conlleva un
gran trabajo y fuerza de voluntad por parte de la persona vulnerable y mucha
comprensión y respeto de la persona que ofrece su ayuda. Sabía
que Andrés todavía tardaría en llevar una vida “normal” y olvidar tantos
hábitos desarrollados para sobrevivir bajo los efectos del alcohol. Igualmente
pernoctar en la calle y vivir permanentemente sin afectos le habían influido en
gran manera, pero lo peor había sido perder lo más grande que tiene el ser
humano: su esencia, sus sueños, había olvidado como él era, lo cual poco a poco
tenía que recuperar y ser consciente de que forma parte de una gran familia que
somos los seres humanos, recobrando de nuevo su confianza en ellos, y como decía el poeta John
Donne, “todo lo malo que le ocurre a otro ser humano me disminuye y todo lo
bueno que le sucede me engrandece”.
Pilar Vidal Suarez
Abril 2016
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