Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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jueves, 9 de junio de 2016

Ayudar a recuperar la vida





Ayudar a recuperar la vida


          Lucía caminaba por la calle con un andar resuelto y seguro, que le hacían resonar sus tacones de tal forma, que ensordecían el paso del resto de los viandantes que pasaban por allí.

          A medida que se acercaba a su lugar de destino, fue aminorando el paso y su seguridad al pisar también fue declinando, pues iba pensando en todo lo que podría conllevarle lo que iba hacer. Ella se conocía muy bien y sabía que era incapaz de no implicarse en todo lo relacionado con el bienestar de los demás, le habían dicho que en el nº 7 de la calle San Juan había un hombre enfermo y Lucía iba por si necesitaba algo.

          Se detuvo delante de la puerta y….. antes dellamar contempló el portón de entrada, lo observó lentamente, dándose cuenta de que los cerca de doscientos años que debía tener la casa, habían hecho mella enél, dejándolo inútil para el uso que fue concebido. Las capas de pinturas sucesivas que había recibido para mejorar su aspecto, estaban levantadas, rugosas y ásperas, semejándose a las cortezas que en su tiempo debió tener el árbol con que fue realizado, antes de ser sesgado y utilizado para otros menesteres que no fuera vivir. En la actualidad su deterioro era tal, que por algunos resquicios se podía ver la desnudez de su madera natural, confiriéndole estos detalles un aspecto de abandono total a la puerta.

          Esto hizo que Lucía sintiera un escalofrío al darse cuenta del habitáculo donde iba a entrar y por un momento dudó y se detuvo pensando en la “enjundia” en que se iba a meter, pero de sobra sabía que cuando se proponía algo era capaz de eso y mucho más, aunque no se podía negar a si misma lo sensible que era y como a veces llegaba a imitar la vida de un caracol durante el invierno dentro de su concha y se llevaba algunos días sin salir, pues le comía la tristeza y no quería, cuando esto le ocurría , que nadie la viera. Así que dispuesta, dio un par de golpes con sus nudillos en la puerta, pues el aldabón para llamar hacía tiempo que había desaparecido, esperó que alguien le respondiera,……  esperó….unos segundos más y por fin se abrió el portón y apareció un hombre de aspecto desaliñado, tez cetrina y mirada perdida que se presentó diciendo soy Andrés. Lucía sintió caer encima de ella una mirada hiriente, cargada de desconfianza que al igual que una flecha impulsada certeramente da en la diana, la mirada de Andrés llegó a Lucía hasta el mismo lugar donde surge la emoción.

          A pesar de que Andrés pensaba que no volvería más como le dijo con posterioridad, esta vez se equivocaba, pues al día siguiente Lucia cogió su carrito de la compra con una manta en el interior, una bata y ropa de calle, iba dispuesta a dejar la casa sin ese horrible olor que de ella emanaba. En esta ocasión nadie acudió a la llamada de la puerta y observó que estaba abierta por lo que empujó y entró. En el colchón que había en el suelo se suponía que alguien dormía tapado hasta la cabeza, por lo que Lucia dedujo que era Andrés que no se encontraba bien. Dejó todo lo que había traído limpio encima del respaldar de un sofá, pues los asientos de éste, estaban en el suelo o más bien no tenía pues solo quedaba el armazón. Limpió la casa, aunque cuanto más barría más arena caía de las paredes realizadas con piedra ostionera. Cuando hubo terminado, cogió una de las mantas que olía a rayos y la metió en su carrito, se despidió de Andrés y como respuesta, Lucia solo atisbó a escuchar un ruido que no pudo descifrar.

          Esta rutina la estuvo realizando durante tres días y la cuarta jornada cuando iba para casa de Andrés, ella sintió que una punzada de angustia le golpeaba el diafragma, y se dio cuenta de que la situación le estaba afectando, pero…..ese día no fue igual que los demás, la puerta estaba cerrada y cuando llamó escuchó -¡Ya voy!- Lucía no sabía que pensar cuando vio a Andrés aseado, limpio y con una mirada totalmente diferente a la que vio en él el primer día. Se quedó sin palabras, pero no le hicieron falta porque entonces Andrés le dijo -¡Con todo lo que estás haciendo por mí, ya es hora de que también yo haga algo!- y los dos juntos se pusieron a terminar de arreglar y quitar la arena que se acumulaba en la casa.

          Poco a poco Andrés fue cogiendo confianza con Lucía y le contaba retazos de su vida. Le comentó que era alcohólico, pero lleva meses sin beber. También le dijo que no sabía leer ni escribir, y que había tenido una infancia muy dura, haciendo énfasis en que la forma de vivir que había escogido le había ocasionado “perder la vida”. Lucía le dijo que con 52 años aun le quedaba la otra mitad de su vida y que a veces el ser humano no es culpable de la opción de vida que escoge; porque todas las circunstancias que le rodea, lecondiciona a la hora de tomar decisiones. Lo importanteAndrés es que te has dado cuenta y que quieres volver a disfrutar –le comentó ella-.

          Lucía había reflexionado en varias ocasiones, hasta donde las particularidades individuales que nos envuelven influyen en la toma de decisiones y si es así, pensaba:

-        ¿somos realmente libres?
-        ¿Qué peso tiene todo lo que habita en nuestra memoria, cuando nuestra inteligencia ejecutiva realiza un acto decisorio
-        ¿Y las circunstancias, las capacidades, el currículo oculto o talento, la familia donde nacemos? Lucía creía que realmente poco escogemos nosotros, jugando el destino una baza importante en nuestras vidas.

          Andrés había vuelto a recuperar las ganas de vivir,  sonríe y cuenta anécdotas de su juventud y de nuevo pasea por La Caleta como la primera vez que vino hace ya más de 14 años. Ambos comentan estos cambios tan positivos que se están dando él  yLucia, la chica insegura de los primeros días, ahora piensa en cuanto está aprendiendo con esta experiencia. Se ha dado perfectamente cuenta de que el trabajo a realizar para insertar a una persona como Andrés, no solo consiste en procurarle un bien físico y psíquico, “reinsertar” es devolverle a la vida que había perdido y por ende a los años que en su cabeza habían quedado en blanco de recuerdos. Lo cual conlleva un gran trabajo y fuerza de voluntad por parte de la persona vulnerable y mucha comprensión y respeto de la persona que ofrece su ayuda. Sabía que Andrés todavía tardaría en llevar una vida “normal” y olvidar tantos hábitos desarrollados para sobrevivir bajo los efectos del alcohol. Igualmente pernoctar en la calle y vivir permanentemente sin afectos le habían influido en gran manera, pero lo peor había sido perder lo más grande que tiene el ser humano: su esencia, sus sueños, había olvidado como él era, lo cual poco a poco tenía que recuperar y ser consciente de que forma parte de una gran familia que somos los seres humanos, recobrando de nuevo su  confianza en ellos, y como decía el poeta John Donne, “todo lo malo que le ocurre a otro ser humano me disminuye y todo lo bueno que le sucede me engrandece”.



Pilar Vidal Suarez

Abril 2016

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