Los cuentos que mi madre me contaba
Mis padres me contaban
unos cuentos, que no estaban escritos en ningún libro. Sus narraciones, además
de extraordinarias, tenían olor, color y sabor.
Los cuentos de mi madre
eran luminosos, todo el sol de un mediodía de mayo, se encerraban en aquellas
historias.
Sus fábulas, casi
siempre, discurrían… alrededor de una gran mesa en medio del almijar donde la
parra le daba sombra y los arriates cargaditos de flores rodeaban la casa, de
pronto aparecía una alpargata, que dando un gran salto y haciendo una cabriola,
se subía a la mesa y por arte de magia, aparecían unos panes blancos,
crujientes y tiernos; frutas, chocolate, pasteles, miel, pollitos asados,
manteca colorá, galletas, bizcochos, en fin todas las cosas buenas y exquisitas
que casi yo no conocía, estaban encima del mantel. La chiquillería de la casa
–que por entonces éramos nosotros, intentaba abordar aquel tesoro,
atropellándose unos a otros, mientras la abuela con su delantal muy limpio y el
moño muy tieso, intentaba, sin conseguirlo, poner orden en aquella tropa.
En el centro de la mesa,
una gran fuente de natillas, y planeando sobre ella una mosca, que además de
descarada y golosa intentaba mojar sus patitas, los niños la apartaban de un
manotazo. El gato restregaba su lomo en una de las cuatro patas de la mesa
mientras el pero le hacía frente ladrándole, ¡vamos que le decía con
malos modos que cogiera las de Villadiego, y le dejara el terreno libre para el
solo!.
El cuento duraba lo que
mi madre tardaba en hacerme el peinado, pues era bastante laborioso, ya que me
cubría la cabeza de tirabuzones estilo Shirley Temple, pequeña estrella de
Hollywood, niña sabionda y repelente que estuvo de moda allá por los primeros
años cuarenta del siglo pasado.
¡Bendita sea mi madre!,
con su imaginación y cariño venía a suplir algo que en aquella época
escaseaban, los alimentos.
Consuelo Sánchez Flores
No hay comentarios:
Publicar un comentario