Primavera
en la ciudad, en el pueblo y en la mar
Ante
la ciudad dormida, y bajo la luna sedeña, el alma sueña en la noche de plata, y
siente con emoción, cómo al clarear el día, crepúsculo del cielo sobre los
malecones, el alma y el cuerpo se transforman.
Palomas
posadas en el drago, y un cielo radiante, luminoso, de intenso añil, despierta
a la ciudad cuando la bruma se deshila en la mañana, y sus templos fenicios,
reposan transparentes, sumergidos en diáfanas claridades.
El
sonido del mar, tamiza el aire en notas sublimes, y puras, y en la danza de sus
olas, al subir en espiral, mueven las conchas al ritmo de sus crótalos.
Tarteso
labró sus contornos de diosa, y el color se hizo verso en el templo de Malkart,
cuando el mar acarició su cintura.
Su
arena, es suspiro húmedo de los vientos que la mecen, y en el cielo danzan las
gaviotas con el aire de sus vuelos.
Sus
gentes, la visten de oropeles cuando arrancan los velos del invierno, y la
muestran firme, y altanera, como su diosa.
Cuán
vieja eres… y. qué hermosa reapareces en primavera. La armonía de tus calles
seduce en la blancura, y el aire salado de tu mar embriaga.
Nublada
la mirada en su horizonte, y perdido el iris en su marina, una vez más la
ciudad, escucha la promesa del mar.
“Ya
es primavera en la ciudad, despierta y prepárate para el estío” le canta el
aire al mar y los dos a la ciudad.
María
Dolores Álvarez Crespo
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