La historia de Andrés
Andrés siempre fue un buen hijo. Desde
que murió su padre le cambio la vida; ya que dejó los estudios, aquejado por
una terrible depresión, y perdió la beca y, con ello, la oportunidad de seguir
estudiando. Su madre era una mujer mayor y no se encontraba bien de salud. El
tenía que ayudarla en la casa, y, como la economía no era abundante, los fines
de semana trabajaba por las noches en un restaurante; pero su estado de ánimo
le hizo inclinarse a las malas compañías, y a sentirse atado a su madre, al no
tener la libertad que le reclamaban los otros.
De este modo, fue amasando como una especie de rencor en su alma e inconscientemente,
a veces, vituperaba a su madre. Aunque, eso sí, no permitía que nadie le
hablara mal de ella; ya que siempre le tuvo un gran respeto y una gran admiración, porque
ella había salido ilesa siempre de todos los baches por muy profundos que
fuesen. Pero la muerte de su padre la había destrozado y él lo sabía, y tal vez
fuera esto lo que no le perdonaba, que precisamente ahora, cuando más
necesitaba de su fortaleza y de su apoyo, ella se hubiese rendido a la vida, y
no quisiera luchar. Porque para él su madre siempre había sido una mujer
vehemente que lo había llevado todo para adelante con alegría y optimismo, y nunca le había gustado la veleidad de las
personas. Por eso, cuando nació de forma casi inesperada por su avanzada edad; ella le dijo
a su marido: “No quiero que vayamos a
malcriarlo con exceso de mimos, para que el día de mañana no sea un niño
caprichoso e inseguro. Deseo que crezca siendo
fuerte y sano en todos los aspectos, para que sepa valorar las cosas de
la vida, y enfrentarse a ella”. Al recordar los deseos de su madre, Andrés
sintió una gran tristeza, y una sensación de vacuidad en su interior que le
angustiaba. Se dijo a sí mismo, que
tenía que mejorar como fuese, y empezó por apartarse de las malas compañías; ya que uno de sus colegas
-como
se llamaban entre ellos- le había dicho que no aguantaba más a su vieja y
que la iba a llevar a una casa de acogida, que había encontrado para las
personas sin familia. Andrés, al escucharlo, sintió una gran tristeza, pues no
comprendía cómo podía haber seres humanos tan viles, que no les importaba
abandonar a sus mayores en cualquier lugar, sin preocuparse por sus sentimientos. Aquella
noche tuvo una pesadilla, y soñó que la madre de su amigo estaba tan mal
cuidada que había cogido no se sabía qué enfermedad virulenta. Se despertó tan
inquieto, que se levantó y fue al cuarto de su madre y se sentó un momento
a su lado para escucharla
respirar. Se acordó de una vez que estuvo enfermo dos semanas, y ella no se había movido de su lado. Alzó la mirada,
y se encontró con la mirada de una antigua fotografía de su padre, y con los
ojos le prometió que cuidaría siempre de ella y que cambiaría de vida; pues, en los últimos meses, se había vuelto algo
voluptuoso con las mujeres. Así que empezó a alternar con otras personas y a
cuidar más su aspecto y su higiene. Conoció a una chica que le cautivó desde el
primer momento por su dulzura, por su
prudencia y por la calidad humana que
demostraba tener; ya que estaba en una ONG ayudando a los más necesitados. A
partir de ahí, sintió que una fuerza extraña lo estaba invadiendo, y que no
sólo tenía la necesidad de hacer algo por los demás; sino que, además, era
feliz cuando los más desvalidos lo eran, y se sentía morir cuando no se podía
hacer nada por ellos. Esta experiencia
le había cambiado la vida y le hacía sentirse más humano, y más acorde consigo
mismo. Se dio cuenta de que la vida era muy hermosa, cuando las personas no
sólo se amaban a sí mismas; sino que se preocupaban y amaban más a los demás,
dándoles lo mejor de sí. Y todo se lo debía a Ángeles, la mujer que le había
dado cierto fulgor a su vida. Como se había vuelto un hombre muy pertinaz ante
el deseo de mejorar, poco a poco se fue
convirtiendo en la vértebra de la organización con la alegría y la admiración
de ella. Y aunque sabían que no podían cambiar el mundo, juntos intentaron
mejorarlo, y además cuidaron de su madre y se dedicaron a visitar y animar a
muchos ancianos abandonados. Y Andrés se dio cuenta de que su vida se la debía
a ella y que sin ella, ésta ya no tendría ningún sentido. Desde entonces comprendió
que se había vuelto un hombre más vulnerable, pero más fuerte al mismo tiempo. Y todo gracias al amor de esa hermosa mujer con la que vida le había recompensado. Con el
tiempo se casaron y adoptaron dos niños huérfanos, y a los tres años de matrimonio,
les nació una hermosa niña a la que Andrés quiso poner el nombre de su madre,
ya fallecida.
Mª del Carmen
Rodríguez López
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