Las
Musas me transfieren a su mundo
Los
saltitos de rana de las musas
En Grecia hay un monte majestuoso
llamado Helicón, desde donde se divisa la circular de un mar por donde brotan
otras islas. Allí habitan nueve deidades que protegen a las ciencias y a las
letras.
De ellas quiero hablaros
por el amor que me infunden la belleza y su bondad. Nada persiguen de fama o
tesoro, ni ser o menos sabias que otros. A ellas les gusta danzar con sus pies
delicados en torno a una fuente de violáceos reflejos en la que lavan su piel
suave antes de subir a la cumbre del monte.
Porque allí se reúnen
para cantar con deliciosas voces y cimbrear sus pies al compás de la melodía.
Partiendo de allí,
envueltas en densa niebla marchan al abrigo de la noche, lanzando al viento sus
maravillosas voces, emitiendo himnos a los poderosos pobladores, a los votados
y a los heredados, a las mujeres activistas y distinguidas, a los adolescentes rebeldes
de zapatillas de deporte, a los bellos de ojos glaucos, a los cuerpos de
seguridad que abarca el lugar, a los curiosos niños, a los sabios enseñantes, al
respetado creyente, a aquellos de retorcida mente, de arrogancia y codicia
explícita. Y cómo no, al espacioso Océano, a la noche negra y a lo continuo de
la naturaleza.
Ellas precisamente
enseñaron una vez a Hesíodo un bello canto mientras apacentaba sus ovejas por
aquel lugar.
He retenido durante
entonces su mensaje que aún no he llegado a comprender, a la espera de que, un
día de tanto pensarlo, descubra su regalo, como ha de suceder en la mente
humana.
En el primer contacto me cantaron:
“¡Pobladores del campo, solitarios, de triste indefensión! Sabemos decir muchas
mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la
verdad”
Así dijeron aquellas musas que imantaron mi
atención.
Luego, en la segunda
acción, me dieron un cetro después de cortar una admirable rama de florido
laurel. Me infundieron voz inspiradora –espiritual- para celebrar el futuro y
el pasado y, me encargaron valorarlas al principio y al final de mi pensamiento.
Mas, no sé por qué me
detengo en este episodio apesadumbrado que me atiborra la cabeza con tanto
interrogante. ¿A qué me detengo con esto en torno a la encina o la roca?
Josefina Núñez Montoya
No hay comentarios:
Publicar un comentario