Quien no aprecia lo que tiene, termina
perdiéndolo. La amistad, el amor, el objeto más simple o el más admirable.
Quienes no se aceptan a sí mismos, quienes no se quieren, terminan errando
entre los demás “¡Insensatos! Comiéronse las vacas del Sol, hijo de
Hiperión”. Expatriados.
Quizá un día puedan retornar a Ítaca,
aunque entonces, es posible que nadie los conozca, ni siquiera un perro. Ítaca
será otra, aunque permanezcan en ella sus ríos y sus montañas, porque, no existe
patria sin gentes, ni gente plena sin amor al lugar donde vivió o nació. Tal
vez por eso, querernos es un sentimiento de supervivencia, que pasa por la aceptación
generosa del otro y de uno mismo.
En estos días me gustaría hablar de nuevo sobre
la generosidad. Lo voy a hacer, aunque sea la primera vez que me cito a mí
mismo. Ruego disculpas por ello.
Pero, si en este momento de incertidumbres no aprendemos a querernos, a
comprendernos, a perdonarnos, a aceptarnos, a actuar como un pueblo generoso,
no seremos dignos de tal nombre y, hasta es posible que terminemos sucumbiendo
como prisioneros eternos de Calipso. Expulsados de la historia de las naciones.
De nada nos servirá entonces buscar la compasión de los dioses. Neptuno habrá
ganado la partida.
Manuel Bellido Milla.
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