Herbert James Draper, Ulysses and the Sirens
Apenas si tengo algo
en común conmigo mismo, y debería meterme en un rincón, en completo silencio,
contento de poder respirar.
Franz Kafka
Hace
unos días escuché y vi con interés una entrevista de 1976 a Miguel Delibes en el programa de TVE A fondo, cosas del confinamiento. Me llamó la atención,
entre otros muchos asuntos, su interés por retraerse, por apartarse del mundo
bullicioso de las multitudes. Y no es el único. Grandes pensadores consiguieron
su estado de máxima concentración y rendimiento intelectual gracias al
silencio, como Montaigne en la biblioteca de su castillo.
Los
grandes progresos tecnológicos en comunicación nos dan la posibilidad de
hablar, conectarnos, comunicar, y nuestros mensajes llegan a miles, millones
con un poco de habilidad, de receptores. Tenemos a mano tantas herramientas que
nos da la impresión de necesitarlas. También disponemos de miles de productos
alimentarios y no se nos ocurre atiborrarnos con todos ellos, sin embargo,
caemos constantemente en la trampa de la comunicación. Esto solo consigue que
el runrún del sonidos y mensajes que nos rodean no nos dejen percibir los
verdaderamente interesantes.
Recuerdo
que, en mis tiempos de técnico de telecomunicaciones, reparaba con frecuencia
un dispositivo electrónico de los radiotransmisores, el Squelch. No era otra
cosa que un recortador de señal de entrada que evitaba ruidos innecesarios en
el receptor mientras no llegaba la señal deseada. Creo sinceramente, y más en
estas fechas de incertidumbre, que tenemos que aprender a que nuestras mentes
hagan esa misma función, eliminando opiniones, soflamas, bulos, mentiras y
demás sonidos espurios e interesados que solo nos desazonan y confunden. No se
trata de atarse a un mástil como Ulises ni de taparse los oídos con cera como
sus marinos, no es eso. Es, simplemente, buscar ocasiones de sosiego, encontrar
largos espacios de tranquilidad para la reflexión en silencio, como acertadamente nos recomienda nuestro querido José Antonio Hernández Guerrero en su libro El arte de callar.
Jorge
Drexler nos mostró con una canción el valor del silencio con un ejemplo muy
gráfico con su canción sobre los faros Doce segundos de oscuridad.
Los
marinos saben muy bien que, cuando navegan en la oscuridad, lo que en realidad
les ubica no es la luz de un faro, sino el silencio, los segundos de oscuridad
que hay entre destello y destello.
Tenemos
constantemente en nuestros oídos, ante nuestros ojos, infinidad de mensajes que
nos intentan indicar el sendero por el que debemos transitar. Pero resulta que,
en los senderos actuales, los de nuestros campos y montañas, está ahora mismo creciendo
la hierba y pronto se mimetizarán en la naturaleza. Quizá sea una señal
para que, cuando todo esto pase, decidamos si elegir libremente
otros caminos por los que transitar.
Antonio Díaz González
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