Mi
relación con la Poesía es de puro coqueteo. Ni a ella ni a mí nos van las
relaciones formales. Pasar a otro nivel podría terminar con nuestras miradas
deseosas y esporádicas. Ella, la Poesía, me espera paciente en cualquier
esquina, escondida en una duna cerca del mar, en las arrugas de un viejo, al
otro lado de un paso de cebra o bajo el temblique de un pétalo. Yo hago como
que la olvido y, disimulando, dando patadas a las piedras, transito por sus
derroteros buscándola de reojo. A veces, solo algunas veces, sale a mi
encuentro. Yo no le digo nada y, mientras la contemplo, emocionado, me voy
acercando, con miedo a asustarla e intentando retener el instante. Hasta que me
corresponde, levantando sus párpados e iluminándome con su mirada. Entonces, eufórico
y nervioso, me palpo los bolsillos, intentando recordar dónde puñetas dejé mi
cuaderno.
Antonio Díaz González
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