COMENTARIO
A “ODISEA”
Había
disfrutado con vivacidad del programa “imprescindibles” sobre la vida y obra de
Emilio Lledó, filósofo y hombre relevante que focaliza la literatura clásica
como medio útil para entender el mundo y mejorarlo. Entre muchas definiciones etimológicas que
mencionó, aclaraciones de textos como el de la caverna de Platón, y destacó al
héroe de Ulises. Agucé el oído aún más porque hacía un rato que había escrito
sobre él en uno de mis relatos. ¡Qué coincidencia! Resaltó en el programa
televisivo la mitológica elección de un hombre que por primera vez pudo elegir
entre la inmortalidad de los dioses, quedándose en la gruta con la hija de Zeus
y, la finitud humana, cuyo valor absoluto contiene el amor a Penélope, a su
tierra y a sus frutos.
Por
otra parte, he de confesar que durante mi estancia en la residencia de
Torretavira, -último año con tal fin, hoy conservatorio- había una escueta
biblioteca, de la cual me llevé como recuerdo y con la intención de leer dos
libros de la literatura clásica. Los que me llamaron la atención y la
intención, por su parecido físico ya que eran de la misma editorial, forma y
tamaño y, por su renombrada importancia. Estaban protegidos por un forro
transparente muy esmerado. Seguramente hecho por una de las monjas “Hija de la
Caridad”, a las que llamamos indistintamente “Hermana”. Por supuesto los leí y
los disfruté con asombro porque tenían una belleza especial y unas enseñanzas
aún vigentes. Tanto la Ilíada como la Odisea fueron libros alumbradores de
reflexión y de disfrute espiritual.
Dicho
esto, aparece esta otra coincidencia:
una solicitud, una propuesta de observación y reflexión hacia el texto con el
que se inicia la Odisea. Lo que aumenta la coincidencia.
¡Cómo empieza “La Odisea”! Lo había olvidado. Cuánta
fuerza invitadora de conocer en un primer párrafo. Pocos inicios retengo como
grandes obras. Ahí está “En un lugar de la Mancha…” o “Muchos años después,
frente al pelotón de fusilamiento…” “Pido perdón a los niños por haber dedicado
este libro a un persona grande.” Me hago el propósito de retener éste. Merece
la pena.
El
canto I de “La Odisea” empieza con una petición, un ruego. “Hablame” ¿Quién
está interesado en conocer tan especial hombre? “Cuéntanos” tal vez sean varios
los que realizan la petición en boca de uno. Yo también quiero saberlo. Me
contagia la curiosidad. Este Ulises ha de ser especial porque los dioses lo
retienen en su memoria. Se deduce que el
solicitante es de la casa de los dioses. Merecerá la pena acercase a su historia.
Parece importante.
Nace
un deseo de volver a revivir lo que sintió la primera vez que escuchó su
historia. Conocía de sus actos u aventuras. Es el deseo de volver a sentir lo
que ya sintió, aumentado por la espera de ser contado nuevamente.
¿Y
qué había sentido este solicitante para desear volver a escuchar la historia de
Ulises?
Nace
el deseo de volver a experimentar el pulso del asombro ante la diferencia con
su mundo. La mente se abre. A través de Ulises el solicitante de la historia es
capaz de aprehender la naturaleza humana. A través de sus actos es capaz de comprender
los aspectos singulares e identitarios del ser humano. Y produce en él, una
abertura del pensamiento hacia las semejanzas y diferencias de los “Hombres”
con los dioses. (Incluso la distinción con el mundo animal.
Por
otra parte, el solicitante desea volver a experimentar un pulso de la
experiencia del riesgo, la heroicidad, el juego con la muerte, del amor. A
través del salto de la imaginación. Ella es capaz de hacer vivir en el que
escucha la historia con avidez y deseo, lo que Ulises vive, siente, y experimenta. Acercarse a Ulises es acercarse a
sensaciones, pensamientos y acciones. Es experimentar a vida, como si él las
ejecutara al oírlas. O sea, saber los detalles de sus aventuras; hacerlo
cercano a través del relato con la imaginación, posibilita acomodar y ajustar
la experiencia de Ulises a las propias necesidades. La imaginación es la
impulsora del sentir vital que proviene de lo externo, en este caso, la
palabra, que llena huecos, con la activación del pulso interno.
¿Y
qué pudo sentir detrás de la acción?¿cuáles son las cualidades del ser humano?
¿qué es la vida que se aprecia más que la eternidad?
Ulises
era un hombre y reaccionaba como tal. Por sus actos se le conocía. Inteligente
y adaptativo
Fue
capaz de ordenar e intervenir en lo que era malo para su pueblo destruyendo
Troya. Peregrinó, fue errante y conoció la pérdida de destino, abandonándose a
las circunstancias; comprendió la diversidad de costumbres y seres humanos; se
expuso a los peligros del mar; liberó a sus compañeros, los ayudó, aunque no
pudo evitar que perecieran por su propia insensatez, falta de prudencia, de
razón, o buen juicio. Deseaba volver porque conocía el amor y la lealtad a su
pueblo… todas estos elementos constitutivos del ser humano asombraban al
solicitante de la historia, los hacía desear, y empujaba a su imaginación a
poderlos vivir –o acercarse al pulso de la vida-, a través de las palabras.
La
creencia de la existencia de un orden superior, cosmo, Dios, o dioses, define
el valor de la trascendencia. Los dioses le instaron –decretaron- a que
siguiera cumpliendo con su trabajo, con su deber en su patria.
Neptuno
se sintió ofendido con Ulises por rechazar el máximo de los regalos: la
eternidad o tal vez porque no tiene la opción de elegir y poder conocer la vida
terrenal... mientras que los demás dioses lo compadecieron. También los
lectores nos acercamos al conocimiento de la cultura mitológica a través de las
actitudes de los dioses. Les adjudicamos sentimientos humanos.
En
conclusión, este texto despierta el pensamiento en el lector y conmueve.
Indagar en las aspiraciones y esencia del ser humano es un enigma, al cual nos
podemos aproximar por los actos que realizamos y la coherencia con sus
creencias. El deseo, es sentirse vivo. En él se incluye la curiosidad, el
asombro, el aprendizaje, la empatía, las decisiones, etc. que tanto llama la
atención a los dioses porque ellos carecen de la muerte.
Josefina Núñez Montoya
1 comentario:
La meta de todos nuestros recorridos vitales es regresar al punto de partida. Los sucesivos impulsos que experimentamos a lo largo de toda nuestra existencia nos empujan, paradójicamente, para que regresemos al claustro materno, a nuestro primer hogar, a nuestras primeras sensaciones y, en definitiva, al alejamiento del mundo y al silencio, a la quietud y a la desaparición. El regreso de los profetas.
Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente. Génesis
“Del polvo vienes y en polvo te convertirás” ... “Hombre, acuérdate de que polvo eres y que al polvo volverás” (Génesis, Cap. 3, Vers. 19)
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